lunes, 24 de marzo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Concordia


                                               


Una foto. Suben, por la escalinata un féretro cubierto por la Bandera de España. Al fondo el Palacio del Congreso. O sea, la Casa donde se asienta la soberanía del Pueblo. Madrid ventoso y gris;  gente en la calle, agolpada, como la noche aquella, entre el Hotel Palace y el Palacio; por en medio sube o baja, cuestión de apreciación, la Carrera de San Jerónimo.

Lo apuñalaron desde dentro y,  - desde enfrente,  también, que en todas partes los hubo, ¿verdad, usted? -  Ahora, los judas de ayer, han hecho declaraciones prudentes y ensalzadoras. Le han salido amigos como salen setas en otoño.

 Entonces no le perdonaron ni las virtudes. Lo que son las cosas. Se ponen una corbata negra y hablan que son un modelo de prudencia, de moderación, de concordia. ¿Habrá sido,  el último servicio del Duque?

Hay un sentir generalizado: a Suárez le hemos pagado mal. No estoy totalmente de acuerdo. No es que se le haya pagada mal. Hemos sido fieles a nosotros mismo. Es la continuidad de nuestra historia. Es nuestro estilo.  

Recuerdo la anécdota atribuida a Napoleón. Se lavaba los pies. Le informan de la derrota de Bailén. No reacciona. El ‘mensajero’, cree que, distraído, no lo ha escuchado. Le repite la noticia. Dicen que se incorporó de un brinco y lanzó: “¿Cómo es posible que un pueblo de envidiosos y piojosos nos haya derrotado?”

Probablemente estén controlados los piojos; la envidia y el cainismo desde luego que no. Sólo hay que tener los oídos abiertos. ¿Cuántas veces henos oído la misma expresión? ¿Ese? Ese, no puede ser, si ese vive en mi calle…

En el féretro iban los restos mortales de Adolfo Suárez. Dicen que lo van a enterrar, como en los tiempos de Medievo, en las umbrías soledades de la catedral de su tierra. Ojalá no vayan dentro del féretro, también, su enseñanza: concordia.

No habrá que esperar mucho tiempo. Los historiadores – no los políticos – dirán quién fue ese hombre grande  - “el nieto de la tía Josefa” -  al que hoy se llora, mientras doblan, a muerto, las campanas de su pueblo.

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