Aquel hombre era alto, enjuto y con bigote. Vivía en el
campo en una casa grande. Por delante de la casa había un rancho y por delante
del rancho, formando trinchera, pasaba -
y pasa - el tren. El tren venía de abajo, o sea, de Málaga o iba a muy lejos, o
sea a Madrid. Probablemente, ni lo uno ni lo otro, pero a mí, entonces, me lo parecía.
En la pared de la casa que daba al rancho había clavadas
varias estacas. Aquel hombre amarraba las bestias para aparejarlas. La faena
llevaba su liturgia: el albardón, los ropones, la jalma, una cincha que daba la
vuelta y apretaba y apretaba para que no se moviese el aparejo…, por la baticola
se le sacaba la cola larga - con la que aventaba las moscas - el animal. En la
boca un bozal.
Los mulos de aquel
hombre tenían nombres. Se llamaban ‘Romero’,
‘Canito’, ‘Chaparro’, ‘Peregrina’… Romero era un mulo entrado en años.
Araba en yunta con ‘Canito’ que era
más nuevo y brioso; a ‘Chaparro’ lacionato
y patilargo lo uncían con ‘Peregrina’
que era una mula muy noble.
Cuando Paco Reyes – un hombre muy bueno a quien yo quería
mucho – iba por agua a la Fuente de la Zorra aparejaba a ‘Canito’; le echaba las agüeras con cuatro cántaros. A mí, que me
gustaba irme con él, me aparejaba a ‘Romero’….
Paco me contaba cosas y una vez me dijo que la fuente se
llamaba así porque por encima había una zorrera y la zorra vieja cuando no
estaba de cacería por los gallineros de Flores, por Los Llanos o por el
Sabinal, se asomaba al brocal de la fuente. La zorra vieja era muy pillina y,
cuando veía venir a la gente se escondía…
Yo se lo dije a aquel hombre y me dijo que era así y que,
porque era tan astuta, se llamaba ‘zorra’. Y le pregunté, ¿una zorra astuta qué
es? Un día, cuando seas mayor, me respondió, sabrás lo que es eso. Aquel hombre
era mi abuelo.
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