‘Jarineaba’;
después, llovió. Esa ‘jarinilla’ le
saca un palmo al orballo y, al sirimiri, dos. En la lejanía parece bruma; de cerca, gotitas
de agua. Si se abre el paraguas, es un estorbo más en las manos; si no, uno se
moja… Baja del cielo, a modo de vapor, suave, lentamente. La ciudad toma aspecto de fantasma. Flotan los árboles, las
casas, los que pasan por la calle…
Cuando ‘jarinea’,
la gente de los pueblos no salimos al campo; los del campo se quedan en la
casa. Me decía un amigo que, cuando se presentaba el tiempo así, se sentaba en
la chimenea, un buen candelorio
llameando, y aprovechaba el rato repasando sus cuentas. Ordenada que debía
tener la contabilidad…
Las brujas, esos días, se toman el monte, por suyo. Por allí
no va nadie. Los pajarillos se esconden y salen lo preciso. Tienen un misterio
especial, encanto, algo que hace que
sean especiales, distintos a los otros. Mañana cuando salga el sol el campo
tendrá cara de un niño recién peinado. Vamos. Estará precioso.
Dice el periódico que vuelve otro temporal. Azota el
Cantábrico. Antes, a esos temporales, por allí, se le llamaba ‘galerna’. Pero como
casi todo cambia, los que saben de estas cosas dicen que la confluencia de no
sé qué factores originan una ‘ciclogénesis explosiva’. A las borrascas que,
antes, entraban por Cádiz, o sea, temporales, ahora se les conoce como
‘corrientes en chorro’.
Tragedias aparte. Las imágenes de hace unos días cuando los
chavales se fueron a dar el paseo en bicicleta y, otros, a ver cómo van y
vienen las olas, dejan claro lo osada y temeraria que es la gente, y cuánta
imprudencia llevamos de compañía.
Ya se sabe: ‘jarineo’,
orballo, sirimiri. Vientos huracanados, campos blancos de nieve y, alguna
cigüeña adelantada por espadañas y campanarios. Lo que ustedes quieran. Este
tiempo tiene magia.
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