jueves, 20 de febrero de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lo pide el cuerpo


                           

Me pedía otra cosa el cuerpo. Me refugio en Juan Ramón. Abro al azar: “la noche entra, y la luna se inflama allá en el fondo”. Y es verdad. Hace un rato una luna más pequeña  – porque está en menguante- se asomó por lo alto de los Lagares. Va por un cielo de soledad y nubes negras.

Echo mano, también, al maestro Barbeito: “Olivares de diciembre, / el viento cuando pasaba/ se perfumaba de aceite”. Pienso en los olivos. Agarrados a la tierra, en los barrancos, en los terraplenes, en las lomas suaves… No puede con ellos el viento.

Febrero, el que tienen por  loco, el que un “si un día no es bueno; el otro, tampoco”, se ha descolgado, esta tarde, con un viento que no sabe de dónde viene ni a dónde quiere llegar. Va como alocado, como los toros abantos: se llevan por delante todo lo que se le pone en cara, como…

Ya sé que no estamos en diciembre, ya sé que no hay perfumes de aceite en el aire… Ojalá. España no huele a aceite de paz, a ungüento sagrado, a bálsamo de entendimiento. No. No huele a eso. Rezuma mugre; aflora rencor enconado.

Estamos hartos. Ahítos. Empachados. Es tanta la corrupción que cuesta creer que haya, por metro cuadrado, tanto sinvergüenza suelto. Eso sí desmemoriados. Ni saben, ni se acuerdan, ni tenían noticias de nada. ¿Será posible que en una noche como está se los llevase – de una vez- el viento?

Se agitan las ramas de los olivos. Escribo en el calor de la estufa. Dentro de un rato puede que este viento varee estrellas y levante, otra vez, olas grandes en esos mares que azotan los acantilados.


Dicen que hace unos días vieron algunas cigüeñas… y ¿golondrinas? ¿habrán visto ya la primera golondrina? Pregunto. No responde nadie. Si al menos trajese perfumes de aceite el viento…

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