miércoles, 19 de febrero de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Jardín de las Delicias


                       
Estaba la tarde de sol y nubes. Desde lo alto de las Mesas de Villaverde,  se ve el río: el Guadalhorce. Se abre paso entre las huertas y coquetea con la vía, la vieja vía del tren que en el siglo XIX trajo el progreso a Málaga, y la carretera. Un poco más arriba, la ‘nueva’ vía del AVE hace que sangre el paisaje.

La sierra de la Huma está más descarnada. Las lluvias de estos días han dejado la piedra limpia y la caliza, con el sol del crepúsculo, tiene otros tonos. En la lejanía, recostados, La Joya y Los Nogales - pinceladas blancas escapadas de la paleta de un pintor -  y entre brumas El Torcal; perdidas, ya muy lejos, las Sierras de  Las Cabras, Camarolo y Loja.

Avanza la tarde. Hace fresco. Junto a las piedras que chorrean historia me he sentado un rato porque me he ido solo. He sentido las caricias de la brisa, primero; luego, el frío me ha hecho que levante el hato. Miro un puñado de almendros - ya tardíos - que tienen flores rosáceas, dulces… Es el tránsito del invierno a la primavera.

Están reverdecidos los cerros de Bombichar. El romero en flor; pugna por salir el tomillo nuevo, cantuesos, aulagas... El campo se prepara para recibir la vestimenta nueva: amapolas, margaritas, siemprevivas…
Dicen que dos estudiantes norteamericanos ‘han descubierto’ la música que encierra “El jardín de las Delicias”, el cuadro que Felipe II le compro a El Bosco. Puntear un pentagrama sacado de un cuadro tan enigmático es algo que sólo saben hacerlo los expertos.


Puntear las notas que esta tarde traía el viento en la cumbre de las Mesas de Villaverde es algo único. Está al alcance de todos.  Hacen falta tres cosas: subir a la Mesa, quedarse en silencio y dejar que, lentamente pase el tiempo.  

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