martes, 3 de diciembre de 2013

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pompeya se cae a pedazos

                                

Lo leí en la prensa (El País, domingo, 1 de diciembre),  que la ciudad, a tiro de honda del Vesubio y, a donde llegan las brisas del mar de Ulises, se cae, a pedazos, por abandono, robo, desidia, pillaje y toda la corruptela que la poca vergüenza humana es capaz de atesorar con avaricia.

El año 79 el Vesubio arrasó las ciudades de Pompeya y Herculano. La proximidad del volcán y, otras cosas unidas a una erupción casi imprevista, se las llevó por delante. Aquello - contra la naturaleza no ha nada que hacer- parece que fue lo que tenía que venir.

Lo de ahora acontece por otros motivos. Hablar de la clase política y sindical de otro país cuando, en el nuestro, tenemos la abundancia de cosecha que se nos ofrece pues como que no. Si aquí somos ya maestros; allí, doctores.

Recuerdo el último viaje a Pompeya. Nos levantaron de madrugada. Mes de julio; calor agobiante. Cientos de autocares esperaban cita. Colas que no avanzaban: turistas y más turistas. Me meto que muchos no tenían ni la más remota idea de donde estaban. Daba lo mismo. Una foto y, luego, contarlo.

Pompeya estaba - y está - frente a Capri. Por su mar, de aguas azules y muy profundas, Ulises pidió que lo atasen al mástil del barco para no escuchar los cantos de las sirenas que adormecían a los marineros y los llevaban a la muerte.


Ahora, a Pompeya, la arrastra hacia la muerte de la destrucción otro canto. El que proporciona el dinero. Es más pernicioso, más avieso y con más mala leche, mucha más que el Vesubio. Al tiempo.

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