lunes, 7 de octubre de 2013

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El tren de las 8,55

La estación, de mañana, acogía a poca gente. No quedan restos en el vestíbulo de entrada de la exposición conmemorativa del 150 aniversario de la venida del ferrocarril. Llegan tres móviles enganchados a tres chiquitas. O sea; al revés. Se sientan en el banco que está justo al lado. No saludan. Un hombre mayor, lo hace a mi vera. Da los buenos días…

No tienen los trenes de cercanías la literatura del Orient Express ni la del tren correo de Glasgow. No. No tienen cantores como los tuvieron el Transiberiano, el que va de Costa a Costa; o sea, del Atlántico al Pacífico o el Transcanadiense. No. Pero ¿qué les digo? Tienen su encanto.

Por la boca del túnel aparece la luz - potente -  que trae encendida en la parte superior; en la medición, también un luminoso, anuncia: Álora. Se detiene. Baja una veintena de personas: un grupo de guiris con cara de sueño; una señora joven con un carrito, un hombre con una cartera voluminosa, gente y más gente.

Me subo como es costumbre en el último asiento de la parte izquierda, del último vagón. Esta vacío. El tren está limpio. Pasa el maquinista porque como cambia de sentido la marcha se va al otro extremo… En el lomo del tejado de la casa de enfrente, al otro lado de la estación, arrullan las primeras palomas mañaneras.

Sale a su hora. Los trenes, con el tiempo, han ganado en puntualidad. Arranca. Antes de entrar en el túnel, miro por el cristal rayado de la ventanilla. Algún gamberro ha dejado su santo y seña. El río trae más agua de la normal. Está turbia. Están desembalsando fondo. Seguro. Vienen secos el arroyo Hondo y el de Catalina Díaz que baja del Baece, y el arroyo de Acuña… No ha llovido.

En la Hoya los cultivos de primor se abren paso. Algunos pequeños invernaderos encañados y con plástico estirado, con primor, coquetos; vides emparradas; un pequeño picadero con dos caballos que miran cómo pasa el tren con indiferencia...


No abre un día diáfano. Por entre las nubes de  Levante que van rápidas se entre deja ver un cielo que no es azul. Son nubes plomizas. Ya se sabe el “Levante la mueve, y el Poniente,  las llueve”. Por megafonía anuncian: ‘Próxima parada Pizarra’, repite: next stop, Pizarra. El tren sigue…

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