sábado, 26 de octubre de 2013

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tarde de otoño

                                              

Tarde de otoño; un sillón ante la ventana, un libro –“Cancionero Íntimo” Ed. La Isla de Siltolá, 2011, autor: Antonio García Barbeito-, lluvia en los cristales. Corren las gotas, en carreritas cortas, como tomando corondilla, como dándose la mano entre ellas y, luego, se paran, de pronto y,  luego, otra vez. Y hacen chorritos de sueños que no van a ninguna parte.

Sube del río un vaho que es niebla y misterio. Ha salido de paseo el silencio… Las choperas, semidesnudas, airean hojas doradas y ramas sin ropaje; los granados dejan, a sus pies, una alfombra de oro. Se esponjan, achaparrados, los olivos. Esperan y se empapan. De pronto, otra vez, el aguacero. Y sigue la tarde.

Abro el libro y leo: “Te hizo reina tu rey / de su conquista; / yo te sueño de reino, / mi favorita, / y en mi serrallo, / tu sola, reina mía; / yo tu vasallo.”  Y entorno los ojos y pienso en la suerte que tuvo esa reina. Favorita.  Un vasallo suspirando. ¿Dónde estará ella?

Mañana, cuando se entreabra paso el sol, reverdecerá el campo; las lomas se vestirán de yerba nueva y la aceituna tomará, a sorbos pequeñitos, buches del agua que viene del cielo. Irán, camino del molino, ahítas de aceite, de ungüento santo, de vida…

Se hace barro en el camino. En los charcos, se espejean las nubes de paso, y la copla popular seguirá con su letra: “esta noche ha llovido / mañana hay barro / pobre del carretero / que va con carro”…


No se mueve el viento. Aguacero, sordo, continuo; lloran las canales del tejado. Bajan hilos de agua clara. Rebotan en el suelo. Llueve y llueve. Es otra música. Como la música de las campanas de bronce perdidas en las iglesias perdidas de los pueblos. Saben de mensajes ocultos esas campanas. ¿Lo sabrá ella?

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