domingo, 20 de octubre de 2013

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Aloreña

                                               

Dicen, los que saben, de la manzanilla aloreña que tiene tantas propiedades que los posibles defectos - si los hubiera - se quedan en agua de borrajas. Dicen, que la pulpa es abundante, exquisita y carnosa, que se separa muy bien del hueso y que ya, en la boca, su masticar supera en textura y dejo a otras posibles rivales.

Dicen que es, como una niña que no llega a los veinte y, que pasó de  los quince. Todo le va bien. ¿Todo? Si. Se comen enteras, partidas, zajadas, moradas, en cáustica y con tan buen andar que lo mismo acompaña una copa de fino frío, muy frío, que a un tinto criado en el Morquecho. Se une a las sopas perotas, a un plato de puchero, a una ensaladilla con bacalao y cajeles o a un rato de conversación entre amigos.

Se venía con ellas – y digo que se venía – porque desde que se fue mi madre…, el campo a la orza, y luego a la mesa y, luego al paladar y, luego al recuerdo y, luego a la palabra. Era tomillo de jerriza e hinojo fresco, y pimientos colorados y ajos machacados, sal de la mar cercana que no es brisa y sí sabor…

No hay que acudir por el agua, para el aliño, a la Fuente del Avellano que cantaba Antonio Molina, ni a la fuente de Roma que decía el Barrio, ni a la Fuente del Berro (¿se acuerdan?, “la fuente que cría berros / siempre tiene el agua fría, / la niña que tiene amores / la cara descoloría). No, no, pero por favor, a la del grifo, clorada, tampoco. Eso raya en el pecado mortal. Y, los que mueren en pecado mortal: tienen destino asegurado.

Dice el maestro Barbeito – que de esto sabe un rato – que “partir manzanilla morada es desangrar  una estilográfica”. Maestro, con el debido respeto, y ¿no podrá ser sangre del que pasó por estos sotos con presura y yéndolos mirando, tan solo…? Ya sabe…

Por aquí se crían - siempre injerto sobre acebuche - en los olivares del Hacho, en los Lagares o en las umbrías de la Fuente de la Zorra; un poco más allá, conforme se sigue al sol cuando va camino de América en tierras de ‘pecheros’ o en tierras de ‘moriscos’… y, más allá, de más allá, en muchos sitios.


Es tiempo de aloreñas. Hace unos días he mandado, por paquetería urgente, un envío a un amigo de Valladolid. Me cuentan que quien las conoce repite, que se abren mercado, que se valoran y que en la mesa… 

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. La aceituna aloreña es una bendición que Dios ha mandado a esta tierra

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  2. Hay dos cosas que desde hace algunos años tengo añoranza y echo mucho, muchísimo de menos: que los tomates sepan a tomate, y que las aceitunas sepan a aceitunas.

    En mi casa siempre se partió las aceitunas y, las primeras que nos comíamos en septiembre y octubre, sólo le echábamos sal. Para la más tardías las conservábamos en su punto de sal en orzas de barro, o más adelante en cacharras de plástico, y sacábamos aparte para aliñar según se iban gastando: tomillo, hinojo, ajo, pimiento rojo y trozos de naranja y limón.

    En plan industrial, utilizan la cáustica para acelerar todo el proceso, pero mata el sabor de la aceituna. Cuando voy a Oviedo en el Centro Comercial del Parque Principado o a algún Carrefour, me llevo siempre las manzanillas aloreñas de la tienda de los escurtidos, pero no saben igual. Lo mismo le pasa a las que vende el Mercadona, cada vez son peores y no saben a nada.

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  3. Dice el refrán "que a falta de pan, buenas son las tortas". Bien, pues a un servidor le pasa un poco como a Runaway, las compramos tan lejos, que los sabores se pierden por el camino, otras veces creo que nos llegan un poco mezcladas, quizás por los errores de la industrialización.
    Con unos pequeños relatos como este, no necesitan publicidad, dan deseos.

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