martes, 15 de octubre de 2013

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Higuera

                                              

Antonio tiene ochenta y siete años; las manos llenas de callos, arrugas en la cara como surcos de sementera y la tez endurecida por vientos y soles. Enjuto y de poca estatura. “Ni más ni menos que la precisa”. De niño cayó – como quien cae en su sitio -, en el campo y desde entonces…

Me lo encuentro, temprano, en la barra de bar de Mateo. No ha apuntado el alba por Los Lagares y, Antonio ya viene de vuelta. Me cuenta que madruga ‘desde que echaba la pastura a las vacas en lo de Guitica” y, ya es costumbre.

Filósofo de secano, de lecciones prácticas, y precisas. Me pregunta si sé cual el árbol más productivo del campo y, le digo que no, y siente una satisfacción íntima y desde su interior brota, como un borbollón, un  manantial de  información: la higuera.

Y comienza: quiere una tierra ‘medio regular’ poca agua y mucho sol. No es amiga de los bujeos; crece en los brocales de los pozos, en las lindes, en medio de una huerta o en una costera. Su leña es tierna (“la leña de higuera que la corte mi hijo y la queme mi nuera”) y arde poco.

En verano - continúa - da sombra y comida a los pájaros, y en invierno deja que entre el sol. Bajo su copa sestean los cabreros y, si hace falta, le echan las hojas al ganado. Es el único árbol que tiene el fruto antes que la hoja y  regala dos cosechas en el año: brevas y,  luego, los higos.

Y,  agrega, sin dejar moler una cuartilleja. Con los higos secos se hacen ceretes y hay comida ‘p’achá’ el invierno; con los molidos, teleras y ‘pan de higo’; se le saca el arrope y el vinagre - porque el vinagre de higos, ¿sabes?, es el mejor de todos los vinagres -  y con los malucados se ceban los cochinos y ya se sabe lo que era la matanza en la casa de un pobre…

Se siente muy a gusto. Le digo que hoy me ha dado una lección. Que a su vera se aprende porque los viejos son libros abiertos con la letra grande, muy grande, que con tan solo acercarse a ellos, uno se enriquece.

El se siente henchid. No sacar pecho. Me despido;  me sentencia: y que no se te olvide: “En la menguante de Enero, el esparto, es acero”. No se me olvida, Antonio, no se me olvida.

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